El siguiente relato participa en el OrigiReto 2020 organizado por las emperatrices Stiby (bases del reto en su blog) y Katty (bases del reto en su blog). Este mes tenemos a Yarcko otra vez siendo una santa y beteandome (lean sus cositas aquí).
Los morros de San Juan y una caída desafortunada.
Cierro mi botella de agua y la guardo en mi bolso. Me seco el sudor de la cara. El calor está siendo un desgraciado hoy; seguramente siempre es así, pero hoy estoy fuera de la comodidad de mi casita con aire acondicionado. Entonces es el día más caluroso en la historia de San Juan.
Me deshago de la cola de caballo y me trenzo el pelo; cuando me lo estoy amarrando veo la cabeza rapada de Ricardo.
—I am a wendigo —leo en su camisa cuando ya está cerca de mí; las palabras están impresas en letras grandes, negras y con una tipografía gruesa. Quiero preguntarle desde que salimos de la casa—. Soy un wendigo. ¿Qué coño es un wendigo?
—Es la representación de la insaciable voracidad por cosas que no necesito y me vuelven un caníbal. El consumismo me gobierna —responde Ricardo con cierta dificultad por falta de aliento, pero con ese tonito de sabelotodo que ha perfeccionado con los años.
—Vamos a hacer como si te entendí, bebé —digo asintiendo varias veces. Él se ríe y la risa le sale por la nariz—. Mi abuela está en mejor forma que tú, amiguito.
—¡Embuste! —replica. Suena como asmático adicto al crippy.
Lo miro con compasión, acercándome a él. Ricardo es considerablemente más alto que yo, pero encorvado apoyándose en sus rodillas apenas me llega arriba de la cintura.
—Ya, ya, ya. —Le paso la mano por el pelo, pero la aparto con una mueca de desagrado porque lo tiene lleno de sudor—. Asco, marico.
La maldad es una vaina arecha que no tiene límites (ni aunque ese límite sea la falta de aliento), porque el cabrón me golpea el estómago con su puño. Inmediatamente me encorvo agarrándome la barriga No sabe pelear, las veces en las que lo he curado después de peleas son infinitas, pero pega como un mazo.
—Si supiese decirte que no, estarías sola aquí. ¿Quién coño escala un cerro?, ¿eres loca? Ni siquiera sé por qué te lo pregunto, ¡definitivamente vivives en el Mundo de la Risa!
—Vivir en San Juan de los Morros —comienzo a explicar haciendo énfasis en “de los Morros”—, y nunca haber subido uno de los morros de San Juan —Vuelvo a hacer la cosa del énfasis en “de San Juan”—. Es como no haber vivido en San Juan —concluyo. Para más pompa, le lanzo un manotazo que le pega en la frente.
—¿Sabes qué? —me pregunta y luego suelta—: ¡AAAAAHHHHH!
Me enderezo de golpe y Ricardo no está. ¡NO ESTÁ!. Lo sigo escuchando gritar. Hasta que no puedo oírlo. De hecho, no escucho nada.
—¿Ricardo? —pregunto asustada. No responde—. ¡Contéstame, que no es divertido!
Silencio.
Con miedo me acerco al borde del camino y Ricardo está abajo, inconsciente.
—¡RICARDO! —grito arrodillándome. Las manos me tiemblan contra el piso—. ¡RICARDO! ¡RICARDO! ¡RICARDO!
No dejo de gritar su nombre. Pero no contesta. La garganta se me cierra al ver algo rojo salir de su cabeza. Sangre. Es sangre.
Respiro con la boca temblándome. Me pongo de pie y me seco las lágrimas a golpes.
Ricardo me necesita.
¡TENGO QUE HACER ALGO, POR DIOS!
Saco mi teléfono mientras deshago el camino que habíamos recorrido.
—¡Mi niña!
La mamá de Ricardo llega corriendo luciendo asustada, preocupada y llorosa; yo debo de tener el mismo aspecto, pero con barro y polvo. La señora Carmen me agarra por los hombros y me mira.
—Carmen… —digo con la voz quebrada.
—¿Cómo está? —me exige—. ¿Cómo está mi hijo, Karifel?
—Le… le están haciendo una tomografía, él… todavía no ha despertado, Carmen, no ha despertado… —sollozo. Carmen aprieta más sus manos alrededor de mis brazos y me sacude.
—¿Qué pasó? —pregunta. El tono de la señora Carmen no me permite quebrarme o seguir llorando. La señora Carmen me exige que me mantenga en una pieza porque es lo mínimo que puedo hacer por su hijo.
—Estabamos en el cerro, en uno de los pequeños que están en la salida y Ricardo se estaba quejando. Lo había dejado atrás porque… él es muy lento —susurro, casi se me quiebra la voz. ¿Lo deje atrás porque es lento? Bajo la cara porque no puedo ver a la cara a una madre y decirle que su hijo está al borde la muerte solo porque no pude esperarlo—. Se suponía que lo íbamos a subir juntos. Yo… yo no sé cómo pasó. En un momento estábamos jodiendo… y después… él después… Carmen yo lo siento mucho…
Ni la mirada tenaz de Carmen evita que me derrumbe llorando ni su agarre férreo puede mantenerme en pie.
Termino en el piso agarrándome el cabello mientras lloro porque Ricardo es mi mejor amigo, es mi estúpido desde que teníamos diez años y jamás había estando tan cerca de perderlo.
Jamás en nueve años ninguno de nosotros hemos estado tan lejos en el mismo sitio. Y es mi culpa, es mi culpa que le estén haciendo una tomografía mientras todavía está inconciente; es mi culpa que Carmen, que no soltó ni una lágrima cuando el papá de Ricardo los abandonó porque era una humillación tener una hija marimacha, se desmorone en pequeños lamentos y lágrimas; es mi culpa que él estuviese en ese cerro y es mi culpa que se cayese ochenta metros cerro abajo hasta golpearse con unas rocas y desmayarse.
Es mi culpa si no se salva. Y sigue siendo mi culpa si lo hace.
Ricardo despertó hace tres horas.
Solo tiene contusiones leves.
Vivirá.
Carmen está con él haciéndole cariños. No ha soltado su mano desde que lo llevaron a su cama en Emergencias.
Me paso las manos por la cara.
Pudo ser peor.
Eso dijo el médico.
Pudo ser peor.
Me siento en una de las destartaladas sillas de metal. Estoy una habitación grande con sillas de metal desconchadas en series de cinco en cada pared; una sola lámpara funciona por lo que la mayoría de la habitación está oscura; aún así puedo ver la suciedad en los rincones del piso. El piso esta veteado de barro, como cuando limpias con la misma agua toda la casa.
El pensamiento de que la decadencia en la que se encuentra el hospital y en general toda el sistema de salud se refleja en ese piso sucio y mal iluminado, cruza mi mente. Una risa amarga se escapa de mis labios al recordar que tuve que comprar el yelco para agarrarle la vía a Ricardo porque en el hospital no hay. Tampoco hay sábanas para las camas, tampoco hay cortinas para separar las camillas de los pacientes en Emergencias, tampoco hay suficientes enfermeros, doctoras o personal.
No hay suficiente de nada.
Apoyo los codos sobre mis piernas y descanso la cara en mis manos. El cabello corto me hace cosquillas en la nuca.
Suspiro largo y tendido.
—¿Largo día?
No levanto la cara sino que la giro un poco para ver entre mi pelo a la señora que se sienta junto a mí. Es una señora de pies a cabeza: tiene arrugas sobre su piel que casi es transparente y el cabello plateado, cortado al ras de la nuca.
—Sí —respondo en un suspiro. Sueno como mi mamá cuando llega del trabajo: agotada, adolorida y levemente hastiada.
—Oh, mi niña, eres muy joven para tener esa cara. En este país ya hay suficientes cosas tristes como para que tú lo estés.
Me siento derecha y le intento sonreír. Una vez leí un tweet donde una chica pedía que escuchasen a la gente mayor, que suelen hablar de más porque nadie los escucha en casa.
Escucho a la señora. Sacarle conversación es fácil. Termina diciéndome que está en el hospital porque su bisnieto es un malagradecido que intenta matarse en una moto todos los meses.
—¿Sabes qué estaba oyendo mientras me caía?
—¿Sabes qué estaba oyendo mientras me caía?
Ricardo tiene raspones feos en la cara, ¡en su preciosa cara!, un collarín, una vía intravenosa y la pierna enyesada. Se ve horrible, pero no me canso de verlo. Verlo respirar, hablar, quejarse, joder. Lleva dos días despierto y le he aguantado cada berrinche porque está vivo.
—¿Qué? —le pregunto. Estoy sentada en una silla plástica que le robé hace rato a las enfermeras. Todavía no se han dado cuenta.
—Me lo paró… el taxi —entona con voz aguda y mamarracha. Lo veo con desagrado—. Me lo parooooo, lo paro con una mano, ¡lo paro que yo la vi!
—¡Cállate! —le grito.
Si hay una canción que odio con todas mis fuerzas es esa. El bastardo lo sabe y lo hace a propósito porque comienza a reírse. Ojalá se hubiese escoñetado el estómago, así no podría reírse el desgraciado.
—Tenías que haberte visto —resopla todavía riéndose. Me cruzo de brazos, muy digna—. Estabas toda interesada e ingenua viéndome y después fue como —respira tratando de controlar las risas. No puede—. ¡Como si olieses mierda!
Entrecierro los ojos y tenso los labios. Desgraciado hijo de puta, maldito enfermo sin corazón, creación del diablo, coño e' madre imbécil…
»Te oigo insultarme en esa cabecita tuya, Karifel —me dice. No le respondo. Sin saber cómo, me agarra y me aplasta la cara en su pecho haciendo un ruido horrible porque la silla se rueda y se cae. Me quejo contra su pecho, que huele a hospital—. Ya, chiquita, ya. Sabes que me amas.
Dejo de tratar de alejarme y me relajo contra él. Acomodo mis manos hasta dejarlas contra su pecho.
—Te amo, Ricky —le digo y la voz se me quiebra. Hace tantos años dejó de importarme mostrarle mi lado débil a Ricardo. Joder, es mi jodido mejor amigo y casi que lo pierdo.
—No llores, mi amor. Ya todo está bien. Estoy aquí. Hace falta más que un rasponsito para que deje de joderte.
Medio me río y medio lloro. Ninguna enfermera se acerca a quitarme de encima de él. Me acomodo mejor hasta quedar acostada de lado con el cachete contra su hombro.
—¿Soy un botijo? —leo en su camisa—. ¿De dónde sacas esas frases?
Ricardo ríe y la vibración de su pecho me llena todo el cuerpo.
—Es que soy una cajita llena de tesoros.
La risa me sale estrangulada y fuerte. Me río como una foca epiléptica y Ricardo se ríe conmigo.
Al final la enfermera llega, nos regaña y me hace bajar de la cama. De paso se lleva la silla.
—Alguien no hizo el cuchiplancheo —susurra Ricardo con malicia.
Volvemos a reír.
Fin.
- Crippy: Es un nuevo tipo de marihuana. Aquí en Venezuela se hizo muy popular debido a una canción que ya no recuerdo. Jejejeje.
- Hija marimacha: La hijA marimacha era Ricardo. ¿Pa cuando formamos el club de odio para el Señor papá de Ricardo?
- Yelco: es un catéter. En Venezuela la marca se llama "yelco" y como uno es bueno cambiándole el nombre a las cosas se acostumbró a decirle "yelco".
- Adolorida: Yarcko me dice que lo correcto sería "dolorida" y es verdad. Pero he aquí otra situación en donde la mala pronunciación de una palabra se extiende a través de los años y se termina normalizando el "adolorida/o".
- Verlo respirar, hablar, quejarse, joder: Sí, Karifel no se cansa de ver joder a Ricardo. PERO en Venezuela el joder no es una expresión malsonante sino que se usa en el sentido de «fastidiar, jugar, hacer bromas, juguetear». De hecho, a una persona que siempre anda diciendo chistes y en esa onda se le dice "jodedora".
- Cuchiplancheo: ¡SEEEEEXOOOOOO!
Los Morros de San Juan.
El monumento natural Aristides Rojas conocido como Morros de San Juan se trata de un sistema de roca caliza formado por la deposición de sedimentos marinos. Está ubicado a los alrededores de San Juan de Los Morros.
Objetivos que cumple este relato:
- Objetivo principal: Contar una historia de amistad infinita.
- Objetivo secundario 1: Alí Babá y los 40 ladrones (referencia al cuento con la caída por 80m de Ricardo).
- Objetivo secundario 2: Wendigo.
- Objetos ocultos: Una canción y un botijo.
- Milpalabrista: 1732.
- Objetivo personal: Que haya al menos une personaje bi (sí, Ricardo, para sorpresa de nadie).
¡Espero les haya gustado!
A ver si lo he entendido bien; Ricardo es trans (nacido chica y transicionado a chico) y bisexual. Vale, pero ¿Ricardo y Karifel son solo amigos muy amigos o pareja? Ese punto es el que no me ha quedado claro, está un poco difuso. Tiendo a pensar que sí, pero que realmente no ha sido hasta el postaccidente que no se han dado cuenta o han podido admitirselo a sí mismes. Vamos que han sido amigues desde hace la tira, pero había una tensión sexual (y romántica) no resuelta, y con el accidente, se han dado cuenta de que en cualquier momento podrían perder a cualquiera de ambos.
ResponderBorrarHe visto alguna errata:
"¡definitivamente vivives en el Mundo de la Risa!" (una vi menos para vivir)
"...agarrándome la barriga No sabe pelear,..." (falta el ombligo, quiero decir, el punto de la barriga)
"Ricardo es mi mejor amigo, es mi estúpido desde..." (faltaría reiterar la amistad, mi mejor amigo, mi estúpido amigo desde...) Salvo que sea cosa del habla local.
Como he visto muchos giros venezolanos o cosas que creo que son modismos de allí, no quiero meter la pata y corregirte algo que para tí sea natural. Si lo hago, si meto la pata, pues me pisas el pie ya ya está. :)
¡Hooooooolaaaaaaaaaa, Random!
BorrarMuchísimas gracias por el reviú. (/u\)
Para mí, Kari y Ricardo son amigos. Y ya. Pero releyendo como que sí dan ese aire de química romántica. >:( Vamos a pensar que los personajes me obligaron a crearla y no que yo soy mala para describir amistades. x'D
Mañana corrijo las cositas que me apuntas. ^^
¡Nos leemos! Que la Gran Diosa Gamba Cósmica Intergaláctica te bendiga.
Besos
Buenas noches
ResponderBorrarAcabo de leer tu relato. No conocía ese monumento natural, así que me ha gustado tanto verlo como escenario pra su relato sino también.
Luego, la historia está bien contada y refleja bien esa gran amistad que hay entre los dos protagonistas, aunque también puede llegar a parecer, en algunos momentos, que hay algún tipo de atracción.
No he visto erratas en el texto y me ha gustado tanto la forma de hablar de los personajes (supongo que muy venezolana) y la voz de la narradora.
Buen relato. Un saludo.
Juan.
¡Hooooooolaaaaaaaaaa, Juan!
BorrarGracias por darte el tiempo de leerme y dejarme un reviú. ^^
Me alegra que Kari y Ricardo te hayan gustado y también el monumento. Y sí, tanto la forma de hablar como los lugares son venezolanos; este relato tiene muchísima jerga de adolescentes porque eso son ellos dos. Y entiendo ese aire de química romántica entre los protas, te juro que no debería estar ahí, pero a veces los personajes hacen lo que le vienen en gana.
¡Nos leemos! Qué la Gran Diosa Gamba Cósmica Intergaláctica te bendiga con mucha inspiración.
Besitos.
¡Hola!
ResponderBorrarHay muchas formas de expresión que me recordaron a mi infancia y que con los años había olvidado, llevo tanto tiempo fuera de mi país que en el momento que vuelva, será ya extraño para mí. Es una historia conmovedora y han necesitado de un accidente para dejar de fingir hasta cierto punto lo que sienten el uno por el otro. Me ha gustado, gracias por devolverme ciertos recuerdos.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Borrar¡Hola, Chery!
BorrarUuuuh ¡¿eres venezolana?! Ay, qué emoción. 😂 Me alegro haberte recordado el país y ojalá el día que te toque regresar estemos en una mejor situación. :////
Besitos, ¡y que la Gran Diosa Gamba Cósmica Intergaláctica te bendiga con mucha inspiración!
Me ha encantado tu relato. Lo he pasado un poco mal con el pobre Ricardo, pero menos mal que todo acaba bien.
ResponderBorrarMe gustan mucho tus relatos porque me acercan a un país y una cultura que desconozco bastante.
Los morros se ven preciosos, me han entrado muchas ganas de visitarlos, aunque de subirlos no tanto (yo soy más como Ricardo)
Saludos y nos vamos leyendo.
¡Hoooola, Isa!
BorrarEs un gusto tenerte por aquí otra vez. ^^
Los Morros son una cosa impresionante, la verdad. Siempre que tengo que viajar fuera de mi pueblo paso por una autopista y de un lado están los morros y puedes verlos como por una hora y es sencillamente impresionante. Eso sí. No los subiría porque cobarde se nace. x'D
¡Nos leemos! Y que la Gran Diosa Gamba Cósmica Intergaláctica te bendiga con mucha inspiración. ^^
Besitos.
ME ENCANTA LO DE CUCHIPLANCHEO.
ResponderBorrarMe han gustado las críticas al sistema sanitario, lo bien que reflejas la culpa y la desesperación de la protagonista y que todo acabe bien, porque joder, menos mal. Me ha encantado que Ricardo se haya puesto a cantar tal temazo al despertarse, es como la típica escena de película o libro en el que quien ha recibido daño está como "nah, no pasa nada" y la otra persona quiere matarlo por actuar normal jajaja. Muy bueno.
También preciosa la foto de los morros, gracias por enseñarnos un poquito de la cultura.
Un beso a ti y otro a la señora Carmen, que me la tienes angustiada, pobrecita (y que le den al padre de Ricardo).